Cubanidad es mejor y peor. — Talebú

Rafael Saumell: Cubanidad es mejor y peor 09/08/201709/08/2017 ICCCD Convención de la Cubanidad Leave a comment Share this on WhatsApp Rafael Saumell Me resulta imposible describir qué es “cubanidad” porque no se trata de la ciudadanía alcanzada por naturalización ni por lugar de nacimiento u origen, o por sentimiento de pertenencia. No se trata […]

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Reseña de Sinfonía cubana I. Una familia cubana en la tormenta de la revolución. Primer movimiento. «Allegro ma non troppo.» Autor: Jorge Luis Camacho. Edición www.triunfacontulibro.com

Jorge Luis Camacho. Sinfonía cubana I. Una familia cubana en la tormenta de la revolución. Primer movimiento. “Allegro ma non troppo.” Edición: www.triunfacontulibro.com, 2021.

Rafael E. Saumell

Profesor Emérito de Español, Sam Houston State University, Texas.

Sobre la revolución de Fidel Castro se han publicado riadas de libros de todos los géneros, dentro y fuera de la isla. La novela en cuestión podría ser calificada bajo el rubro de “literatura en el exilio”, según la distinción establecida por Claude Cymerman en su ensayo “La literatura hispanoamericana y el exilio” (Revista Iberoamericana, julio-diciembre 1993, núms. 164-65: 523-550). es decir la que se escribe fuera de Cuba y que trata de los avatares ocurridos desde el 1 de enero de 1959 con el derrocamiento de un régimen impuesto mediante un golpe de estado (10 de marzo de 1952), por el general Fulgencio Batista Zaldívar, quien escapó de Cuba en las primeras horas del año en el cual comienza esta obra. Precisamente Cymerman destaca “…que la revolución castrista…ha incurrido en un totalitarismo que ha llevado al exilio a numerosos cubanos y a muchos intelectuales de la isla” (523).

Por ese motivo esencial, el autor radica en París, Francia, desde 1981 donde ha desarrollado una multiplicidad de profesiones: actor, guionista, escritor y músico. Esta última es clave para entender el título del libro y la descripción del ritmo narrativo predominante en la primera parte. Las transformaciones en los destinos de los personajes ocurren de manera acelerada aunque no demasiado, y esos hechos están condicionados por el referente histórico-político sobre el cual no tienen control ni capacidad de reaccionar, exitosamente, para detener sus consecuencias profundas y devastadoras en varios planos: económico, social, político y privado.

En el caso de esta trama y en relación con los personajes, se puede hablar más que de instrumentos materiales (cuerdas, metales, percusión, viento, etc.), de un coro de voces simultáneas dirigidas por el narrador que ordena sus actuaciones en un esquema cabalmente organizado.

¿Quiénes son esas voces? Se trata de los integrantes de la familia Robles-Serra asociados, en tanto que propietarios y comerciantes, con la primera industria nacional, la azucarera, que ha marcado la vida nacional desde finales del siglo XVIII, cuando la revolución de Haití comprometió el lugar cimero, a nivel planetario, que ocupaba esa parte de La Española en la producción de azúcar y café. Los hacendados y su séquito se marcharon a Cuba y allí invirtieron y reprodujeron sus capitales. 

Dichas voces tienen nombres: Fernando Andrés, el patriarca, su esposa Sofía, los hijos de ambos Rodrigo y Patricio, Libertad, esposa del primero y madre de Julio, un niño que aparte de sus deberes escolares estudia piano clásico. Con él entran a la novela personajes y elementos de la cultura afrocubana, especialmente en lo tocante a la música popular y a las religiones sincréticas.

¿Cómo se da el referente histórico-político en la novela? Mediante la inserción de breves noticias que informan al lector y a los personajes de las medidas que va implementando el gobierno revolucionario desde su asunción del poder. Ante ellas, los personajes opinan, expresan sus juicios y emociones frente al escenario presurosamente voluble del contexto.

Una virtud de la novela radica en que ni el narrador ni los personajes se manifiestan de manera tendenciosa, un defecto de cierta literatura de agitación política contra el cual se pronunció el mismísimo Friedrich Engels. En una carta a Minna Kautsky, este opinó al respecto: “la tendencia debe surgir de la situación y de la acción mismas, sin que se haga explícitamente referencia a ella, y el poeta no debe dar al lector ya acabada la futura solución de los conflictos sociales que describe” (https://peripoietikes.hypotheses.org/tag/engels-y-la-literatura).

En otras palabras, el narrador de la Sinfonía ofrece datos y deja que los personajes se rebelen contra lo que les perjudica pero no sermonean a otros ni mucho menos al lector con graves discursos sobre lo que debería hacerse, ellos simplemente actúan dadas las circunstancias expuestas en el texto literario.

También el uso de la cronología de los hechos da una guía temporal y contextual que le sirve al lector para evaluar el comportamiento de los personajes ante cada nueva situación, en qué orden se presentan los acontecimientos y las acciones, qué expectativas se abren en el ámbito de la trama, para revisitar el pasado y observar el comportamiento de individuos y clases involucrados en un ambiente de transformaciones inéditas que se suceden sin pausa y cada vez con mayor impacto y arbitrariedad en el porvenir de una nación.

Recomiendo con mucho entusiasmo esta obra a los lectores de todas las edades y que deseen enriquecer sus valoraciones sobre un régimen aún inestable y en vigor sesenta y dos años después del inicio de la trama comentada.

Disponible en Amazon.com

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Morir en la cruz todos los días

Por Rafael E. Saumell

“En la cruz murió el hombre en un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días”.
José Martí (Carta a Gonzalo de Quesada, 1 de abril, 1895).[1]

Reseña de Derribados, pero no vencidos. Ediciones Logos: Rosario, Argentina, 2020. 304pp., por Jorge Arrastía. 

Nota: este libro se puede comprar en http://www.jorgearrastialibros.com

La narrativa cubana de tema carcelario posterior a 1959 sigue creciendo y nunca ha dejado de hacerlo, sobre todo a partir de los años setenta del siglo anterior. El título en cuestión es solo uno de sus más recientes ejemplos. Desde Perromundo (1972), de Carlos Alberto Montaner, el número libros (testimonios, poemarios, estudios) no ha cesado de aumentar. Desde mediados de los ochenta, los nombres de Armando Valladares, Jorge Valls, Ernesto Díaz, Ángel Cuadra, Ana Lázara Rodríguez, Húber Matos, etc., alcanzaron merecida difusión y acogida entre los lectores familiarizados con la dictadura en vigor desde entonces.

Por cierto, Milho Montenegro, muy excepcionalmente desde La Habana y con el plan de publicarla allí, prepara una antología de poemas escritos en la cárcel durante las últimas seis décadas, por autores que cumplieron sentencias bien por enfrentarse al gobierno o por delitos cometidos contra la propiedad o las personas. En este sentido, debe decirse que hay un testimonio recogido, editado y publicado por Alfredo A. Ballester sobre un reo común: Memorias de Abecedario. Ex condenado a muerte y presidiario en Cuba (Miami: Editorial Voces de Hoy, 2011).

En el ámbito académico, los interesados pueden consultar la tesis doctoral Escritura entre rejas: literatura carcelaria cubana del siglo XX, de Ana Casado Fernández, Universidad Complutense de Madrid, 2016. Por otro lado, los investigadores Yannelys Aparicio y Ángel Esteban de la Universidad Internacional de La Rioja y la de Granada, respectivamente, tienen en prensa una edición comentada sobre Hombres sin mujer, la vida y la obra de Carlos Montenegro.

Asimismo, hay dos piezas cinematográficas que ya forman parte del canon carcelario: Conducta impropia (1984), de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal; y Nadie escuchaba (1987), de Néstor Almendros y Jorge Ulla. Para este año se espera el estreno de Plantados, dirigida por Lilo Villaplana, con guion de Ángel Santiesteban, Juan Manuel Cao y el propio Villaplana.

De esta manera el texto de Jorge Arrastía es parte de una tradición literaria, ensayística y fílmica que, por motivos de sobra conocidos, no circula libremente entre su público natural, vale decir, el radicado en la isla. El autor de este testimonio, nacido en la barriada de El Cerro, La Habana (1934), es un antiguo preso plantado (1964-1979), hoy residente en Miami, Florida.

Es graduado de la Academia Naval (1952), y sirvió como oficial de la Marina de Guerra antes de 1959. Participó en el plan inicial del levantamiento revolucionario del 5 de septiembre de 1957, protagonizado por sus compañeros del distrito naval de la ciudad de Cienfuegos. Durante los primeros meses del gobierno de Castro renunció a su cargo militar, pasó a la construcción de un hotel en Caonao, luego al Ministerio de Hacienda y, finalmente, fue empleado como profesor en la Escuela Superior de Pesca. El 16 de abril de 1964 resultó arrestado por conspiración, motivo por el cual lo condenaron a veinte años. Al principal encausado de su causa, Aurelio Martínez Ferro, lo pasaron por las armas. A Arrastía le llegó el indulto el trece de marzo de 1979. Salió de la isla el seis de abril de aquel año. Ha escrito cuatro poemarios y publicado algunos ensayos.

Gabriel Sánchez Zinny, el prologuista, nos da un resumen de la obra: “…es la historia de un hombre con ideales, amante de su patria, de su familia, de sus amigos y de la libertad, a quien en plena juventud y durante quince largos años de prisión por el régimen castrista todo le fue quitado, salvo su fe en Dios” (11). Igualmente agrega esta valoración: “con un estilo poético, que entremezcla el relato de los crudos episodios vividos con sus reflexiones espirituales, sin mostrar rencor y aun con buen humor…revela la profunda huella que la prisión …dejó en su alma” (11).

El instante decisivo para afianzar sus principios le llega en presidio cuando un amigo llamado Pepín le muestra lo que en la superficie parece ser un cuaderno escolar lleno de notas sobre geografía a historia del país. Sin embargo, mientras avanza en la lectura descubre que se trata no de un manual académico sino de las famosas meditaciones escritas por el sacerdote Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), fundador de Opus Dei (1928), autor de un libro de consejos y meditaciones muy popular entre católicos (Camino, 1934), traducido a varios idiomas y editado cientos de veces. El efecto causado por el hallazgo y la lectura de ese texto lo resume Arrastía con estas palabras: “Aquel cuaderno, esa inquietud, marcarían mi vida para siempre” (59).

Para quienes pasaron por la cárcel San Carlos de la Cabaña, ubicada a la entrada de la bahía de La Habana, y fijan su atención en el diseño de la portada de Derribados, de inmediato se darán cuenta de que están viendo una imagen coloreada muy semejante a las galeras típicas de la tristemente célebre edificación colonial: más que celdas el ojo avisado ve cavernas húmedas, de escasa luz y mal ventiladas, donde sobreviven cientos de hombres que duermen en literas de tres y cuatro camas de altura.

El hacinamiento agrava los efectos del verano que allí es cruelmente húmedo y asfixiante; durante los inviernos y los días nublados se acentúan las penumbras y la sensación de vivir en una atmósfera helada, a pesar de que en Cuba hace un frío meramente tropical. Al recordar aquel lugar Arrastía señala a través del narrador: “En aquella fortaleza todos los tonos eran graves. Voces muy roncas. Gritos más roncos. Gargantas rudas. Acentos, inflexiones, maneras…Todos sombríos, profundos, abismales…Todo se acuesta grave, y grave se levanta” (99).

A la vez, asume el lugar desde diferentes perspectivas: “Celda, Monasterio, Prisión. Te lanzas en el uno: amor devorador, sublime, heroico. Te arrojan, en la otra, de ascos los odios. Y quedas dentro. Solo. Con tus entrañas…La diferencia la forjas tú, la esculpes, y te adueñas: creador, endiosado; o acaso verdugo de ti mismo, satanizado, porque lo quieres. Un Dios al que rechazas o te aferras” (15). A lo Gaston Bachelard se opinaría que, al mismo tiempo, es un “espacio amado” o “de hostilidad, del odio y del combate” (28-29)[2].

Le pregunté por el título y respondió: “Está tomado de un guerrero, de un Saulo heroico y pendenciero”. Luego incorpora una cita bíblica: “Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra. En mil maneras somos atribulados, pero no nos abatimos; en perplejidades, no nos desconcertamos; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no vencidos[3]; llevando siempre en el cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte” (2 Corintios 4).[4]

¿Qué tiene en común Derribados… con sus antecedentes? Varios rasgos típicos: denuncia del sistema político, judicial y penitenciario, identificación de los abusos, torturas (físicas, psicológicas) y privaciones a las que fueron –y aún están sometidos– los presos políticos de su generación y las actuales, la documentación minuciosa y verificable de violaciones de derechos humanos, individuales, sociales y económicos, la elaboración de una crónica contestataria y por ello en conflicto con la historia oficial de la revolución, la reafirmación de valores ideológicos y religiosos en un medio donde la intolerancia al pluralismo y a la fe son razones de estado.

¿En qué se distingue? En primer lugar, por el tratamiento del narrador a la representación y experiencia del dolor, físico, mental y moral, a partir de la fe religiosa. Lo logra de una manera que puede compararse con la forma de razonar y exponer de C.S. Lewis en El problema del dolor (1940)[5] y de Elie Wiesel en Night (1958)[6], uno cristiano, el otro judío. En el primer caso, Lewis utiliza una cita para adelantar el contexto y punto de vista predominante en su ensayo: “El Hijo de Dios sufrió hasta morir, no para que los hombres no sufrieran, sino para que sus sufrimientos pudieran ser como los Suyos” (George MacDonald, Unspoken Sermons. First Series).

Arrastía, en concordancia con Escrivá, Lewis y Wiesel, sin dudar de la bondad, de la omnipotencia y de la existencia de Dios por no impedir los tormentos y las ejecuciones llevadas a cabo por las autoridades, se sobrepone a las pruebas que le traen el encierro, el hambre, el repudio, los apremios y el exilio interior que implica toda pena de cárcel. La idea de que la persona está hecha a imagen y semejanza del Creador, implica también el conocimiento propio, en cuerpo y alma, de las estaciones de la cruz.

En esos términos se pronuncia Escrivá en Camino: “58. No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones…y las espinas, y el peso de la cruz…, y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo… Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón”.[7] De esas bases éticas, filosóficas y teológicas, Arrastía saca la fuerza moral y la convicción suficientes para resistir, salvar a otros y salvarse. En otras palabras, soporta todo “el dolor humano” posible.

En el capítulo “Sí, pero sufro” lo expresa claramente: “Absurdo separar a Dios del sufrimiento. Parece paradoja. Eso gritaban los fariseos al Cristo –un solo requisito, para ellos creer—bajarse de la cruz. ¡Cualquier cosa menos la cruz! La cruz molesta” (123). En una de las circulares de Isla de Pinos conoce al padre franciscano Fr. Miguel Ángel Loredo, condenado a quince años en 1964, porque las autoridades argumentaron que dio refugio en el Convento de San Francisco a Ángel Betancourt, ingeniero de vuelo de Cubana de Aviación, quien intentó desviar una aeronave comercial a los Estados Unidos. En el acto murieron el piloto y el custodio, el copiloto recibió heridas. De Fray Loredo cuenta: “Fue una gota de agua en el desierto: tuvimos misa, confesiones, bautizos y confirmaciones, entre un torrente de conversiones; la gente volvía” (148).[8]

Reparemos en la última oración: “la gente volvía”. En presidio, claro que el escepticismo en cuanto a la omnipotencia y la benevolencia de Dios puede reinar e imponerse entre algunos, de manera temporal o definitiva. Sin embargo, para Arrastía, la noción de un Dios presente en cada ser, lo reafirma en la certeza de que Él padece tanto como sus criaturas y las acompaña cada minuto. En Noche hay una ocasión en la cual los condenados son obligados a presenciar el ahorcamiento de un adolescente judío. Wiesel escucha a uno de los prisioneros preguntarse: “¿por qué Dios no impide este crimen?” Una voz le replica al incrédulo: “porque acaban de ahorcarlo”.

En la literatura cubana hay un texto precursor donde se barajan conceptos equivalentes. En El presidio político en Cuba (1871), Martí hace innumerables referencias a Dios. Lo llama providente, sinónimo de bien, confía en su existencia: “Presidio, Dios: ideas para mí tan cercanas como el inmenso sufrimiento y el eterno bien. Sufrir es quizás gozar” (17).[9]

Dos párrafos más adelante, invoca un principio ético que inherente a la narrativa del presidio. El testigo que narra no debe de hablar solo de sí, también de quienes no han tenido voz y también agonizaron: “Pero otros sufrían como yo, otros sufrían más que yo. Y yo no he venido aquí a cantar el poema íntimo de mis luchas y mis horas de Dios. Yo no soy aquí más que un grillo que no se rompe entre otros mil que no se han roto tampoco. Yo no soy aquí más que una gota de sangre caliente, en un montón de sangre coagulada” (17-18).

Más de una vez, el narrador exclama: “Nunca estuve [antes de estar preso], he estado, ni estaré mientras aliente, más cerca de Dios” (16). ¿Por qué? Porque es una elección y un compromiso. La celda puede ser la de una prisión o la de un monasterio, de amor o de ascos, como señaló arriba. Meridianamente dice: “La fe es dignidad y es hombría. Es hoy, es el ayer, es el mañana, es tiempo y es espacio, es galanura; es ángel que te trepa al monte erguido para que en firmeza constates que existen horizontes que se mueven cada vez, que al estirarte creces si atinas a encumbrarte a puro filo de la espada” (CP).

Ese comportamiento lo convirtió en preso plantado. Significa que rechazó vestir un uniforme similar al de los delincuentes, o sea quitarse el de color amarillo de los políticos para llevar el azul de los comunes. No admitió dejarse reeducar -por adoctrinar-, se abstuvo de sumarse a los trabajos forzados. En el capítulo “Del amarillo al azul o a un corto blanco” (171-173) informa: “A los que no aceptaban el uniforme azul los encerraban en galeras separadas, flamantemente desvestidos con los blancos calzoncillos de dos patas, tu toalla, tu jarrito y tu cuchara” (172).

El castigo de los guardias consistió en aislarlos del resto de los reclusos, los incomunicaron. Arrastía y sus compañeros pasaron una buena cantidad de años bajo esas circunstancias, en diferentes establecimientos a lo largo y ancho de la isla. En otro documento indica: “Perdí, honestamente, la cuenta, del número de prisiones en que me encerraron. Estuve en todas las provincias, menos en Las Villas y en Oriente. Entre las más sombríamente famosas: La Cabaña, las Circulares de Isla de Pinos (cuatro enormes edificios atestados con millares de presos), Kilo 7, y el llamado Combinado del Este” (CP).

En Veinte años y cuarenta días (1988), Jorge Valls también describe el momento del cambio de uniformes, las consecuencias de rechazar el azul: “Nos prohibieron las visitas, el correo (tanto enviarlo como recibirlo), la luz del sol, libros o cualquier material impreso, contacto con otras galeras, etc. Solo nos prestaban atención médica en casos de emergencia. Éramos trogloditas desnudos en una caverna del siglo XX” (62).[10]

Hacia el final del libro, bajo el subtítulo “¿Miedo?” (245-246), Arrastía enfatiza cómo su fe lo sostuvo para poder superar tantas privaciones: “Recordé mi primera noche en Seguridad del Estado con los zapatos como almohada y mi sueño profundo…La suerte estaba echada. Es cierto que se movía la barca, que había tempestad y la mar se encrespaba; pero en la popa, cabeza en cabezal, dormía Él” (246). Ante esta declaración me vino a la mente lo dicho por Lewis en la última frase del “Apéndice” incluido en el ensayo discutido previamente: “El dolor proporciona una oportunidad al heroísmo; la oportunidad es tomada con sorprendente frecuencia”.

[1] Se considera que esta carta es el testamento literario del autor. Ver Obras escogidas en tres tomos. Tomo III. Noviembre 1891-mayo 1895. La Habana, Editorial Política, 1981: 484-487 pp.

[2]La poética del espacio. Colombia: Fondo de Cultura Económica, 1993.

[3] Mi énfasis en itálicas.

[4] Comunicación personal de J. Arrastía para este trabajo. En lo adelante, la identificaré con las letras CP entre paréntesis, cada vez que la mencione entre comillas.

[5] Traducción de Susana Bunster. http://bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/0669f127a_Lewis,%20C.%20S.%20-%20El%20Problema%20del%20Dolor.pdf

[6] Translated from the French by Marion Wiesel. New York: Hill and Wang, 2016. PDF.

[7] Madrid: Editorial Rialp, S.A., 1939. PDF.

[8] Loredo, Fray Miguel Ángel. Después del silencio. Entrevistado por Nicolás Pérez Diez-Argüelles. Miami: Ediciones Universal, 1988.

[9] Publicado por la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento de Martí. La Habana: Impresora Mundial, S.A., 1953.

[10] Madrid: Ediciones Encuentro, 1988. Traducción del original en inglés por María Mercedes Lucini

Twenty Years and Forty Days. Life in a Cuban Prison.

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Morir en la cruz todos los días

Por Rafael E. Saumell

“En la cruz murió el hombre en un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días”.
José Martí (Carta a Gonzalo de Quesada, 1 de abril, 1895).[1]

Reseña de Derribados, pero no vencidos. Ediciones Logos: Rosario, Argentina, 2020. 304pp., por Jorge Arrastía.

Nota: este libro se puede comprar en http://www.jorgearrastialibros.com

 
La narrativa cubana de tema carcelario posterior a 1959 sigue creciendo y nunca ha dejado de hacerlo, sobre todo a partir de los años setenta del siglo anterior. El título en cuestión es solo uno de sus más recientes ejemplos. Desde Perromundo (1972), de Carlos Alberto Montaner, el número libros (testimonios, poemarios, estudios) no ha cesado de aumentar. Desde mediados de los ochenta, los nombres de Armando Valladares, Jorge Valls, Ernesto Díaz, Ángel Cuadra, Ana Lázara Rodríguez, Húber Matos, etc., alcanzaron merecida difusión y acogida entre los lectores familiarizados con la dictadura en vigor desde entonces.

Por cierto, Milho Montenegro, muy excepcionalmente desde La Habana y con el plan de publicarla allí, prepara una antología de poemas escritos en la cárcel durante las últimas seis décadas, por autores que cumplieron sentencias bien por enfrentarse al gobierno o por delitos cometidos contra la propiedad o las personas. En este sentido, debe decirse que hay un testimonio recogido, editado y publicado por Alfredo A. Ballester sobre un reo común: Memorias de Abecedario. Ex condenado a muerte y presidiario en Cuba (Miami: Editorial Voces de Hoy, 2011).

En el ámbito académico, los interesados pueden consultar la tesis doctoral Escritura entre rejas: literatura carcelaria cubana del siglo XX, de Ana Casado Fernández, Universidad Complutense de Madrid, 2016. Por otro lado, los investigadores Yannelys Aparicio y Ángel Esteban de la Universidad Internacional de La Rioja y la de Granada, respectivamente, tienen en prensa una edición comentada sobre Hombres sin mujer, la vida y la obra de Carlos Montenegro.

Asimismo, hay dos piezas cinematográficas que ya forman parte del canon carcelario: Conducta impropia (1984), de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal; y Nadie escuchaba (1987), de Néstor Almendros y Jorge Ulla. Para este año se espera el estreno de Plantados, dirigida por Lilo Villaplana, con guion de Ángel Santiesteban, Juan Manuel Cao y el propio Villaplana.

De esta manera el texto de Jorge Arrastía es parte de una tradición literaria, ensayística y fílmica que, por motivos de sobra conocidos, no circula libremente entre su público natural, vale decir, el radicado en la isla. El autor de este testimonio, nacido en la barriada de El Cerro, La Habana (1934), es un antiguo preso plantado (1964-1979), hoy residente en Miami, Florida.

Es graduado de la Academia Naval (1952), y sirvió como oficial de la Marina de Guerra antes de 1959. Participó en el plan inicial del levantamiento revolucionario del 5 de septiembre de 1957, protagonizado por sus compañeros del distrito naval de la ciudad de Cienfuegos. Durante los primeros meses del gobierno de Castro renunció a su cargo militar, pasó a la construcción de un hotel en Caonao, luego al Ministerio de Hacienda y, finalmente, fue empleado como profesor en la Escuela Superior de Pesca. El 16 de abril de 1964 resultó arrestado por conspiración, motivo por el cual lo condenaron a veinte años. Al principal encausado de su causa, Aurelio Martínez Ferro, lo pasaron por las armas. A Arrastía le llegó el indulto el trece de marzo de 1979. Salió de la isla el seis de abril de aquel año. Ha escrito cuatro poemarios y publicado algunos ensayos.

Gabriel Sánchez Zinny, el prologuista, nos da un resumen de la obra: “…es la historia de un hombre con ideales, amante de su patria, de su familia, de sus amigos y de la libertad, a quien en plena juventud y durante quince largos años de prisión por el régimen castrista todo le fue quitado, salvo su fe en Dios” (11). Igualmente agrega esta valoración: “con un estilo poético, que entremezcla el relato de los crudos episodios vividos con sus reflexiones espirituales, sin mostrar rencor y aun con buen humor…revela la profunda huella que la prisión …dejó en su alma” (11).

El instante decisivo para afianzar sus principios le llega en presidio cuando un amigo llamado Pepín le muestra lo que en la superficie parece ser un cuaderno escolar lleno de notas sobre geografía a historia del país. Sin embargo, mientras avanza en la lectura descubre que se trata no de un manual académico sino de las famosas meditaciones escritas por el sacerdote Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), fundador de Opus Dei (1928), autor de un libro de consejos y meditaciones muy popular entre católicos (Camino, 1934), traducido a varios idiomas y editado cientos de veces. El efecto causado por el hallazgo y la lectura de ese texto lo resume Arrastía con estas palabras: “Aquel cuaderno, esa inquietud, marcarían mi vida para siempre” (59).

Para quienes pasaron por la cárcel San Carlos de la Cabaña, ubicada a la entrada de la bahía de La Habana, y fijan su atención en el diseño de la portada de Derribados, de inmediato se darán cuenta de que están viendo una imagen coloreada muy semejante a las galeras típicas de la tristemente célebre edificación colonial: más que celdas el ojo avisado ve cavernas húmedas, de escasa luz y mal ventiladas, donde sobreviven cientos de hombres que duermen en literas de tres y cuatro camas de altura.

El hacinamiento agrava los efectos del verano que allí es cruelmente húmedo y asfixiante; durante los inviernos y los días nublados se acentúan las penumbras y la sensación de vivir en una atmósfera helada, a pesar de que en Cuba hace un frío meramente tropical. Al recordar aquel lugar Arrastía señala a través del narrador: “En aquella fortaleza todos los tonos eran graves. Voces muy roncas. Gritos más roncos. Gargantas rudas. Acentos, inflexiones, maneras…Todos sombríos, profundos, abismales…Todo se acuesta grave, y grave se levanta” (99).

A la vez, asume el lugar desde diferentes perspectivas: “Celda, Monasterio, Prisión. Te lanzas en el uno: amor devorador, sublime, heroico. Te arrojan, en la otra, de ascos los odios. Y quedas dentro. Solo. Con tus entrañas…La diferencia la forjas tú, la esculpes, y te adueñas: creador, endiosado; o acaso verdugo de ti mismo, satanizado, porque lo quieres. Un Dios al que rechazas o te aferras” (15). A lo Gaston Bachelard se opinaría que, al mismo tiempo, es un “espacio amado” o “de hostilidad, del odio y del combate” (28-29)[2].

Le pregunté por el título y respondió: “Está tomado de un guerrero, de un Saulo heroico y pendenciero”. Luego incorpora una cita bíblica: “Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra. En mil maneras somos atribulados, pero no nos abatimos; en perplejidades, no nos desconcertamos; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no vencidos[3]; llevando siempre en el cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte” (2 Corintios 4).[4]

¿Qué tiene en común Derribados… con sus antecedentes? Varios rasgos típicos: denuncia del sistema político, judicial y penitenciario, identificación de los abusos, torturas (físicas, psicológicas) y privaciones a las que fueron –y aún están sometidos– los presos políticos de su generación y las actuales, la documentación minuciosa y verificable de violaciones de derechos humanos, individuales, sociales y económicos, la elaboración de una crónica contestataria y por ello en conflicto con la historia oficial de la revolución, la reafirmación de valores ideológicos y religiosos en un medio donde la intolerancia al pluralismo y a la fe son razones de estado.

¿En qué se distingue? En primer lugar, por el tratamiento del narrador a la representación y experiencia del dolor, físico, mental y moral, a partir de la fe religiosa. Lo logra de una manera que puede compararse con la forma de razonar y exponer de C.S. Lewis en El problema del dolor (1940)[5] y de Elie Wiesel en Night (1958)[6], uno cristiano, el otro judío. En el primer caso, Lewis utiliza una cita para adelantar el contexto y punto de vista predominante en su ensayo: “El Hijo de Dios sufrió hasta morir, no para que los hombres no sufrieran, sino para que sus sufrimientos pudieran ser como los Suyos” (George MacDonald, Unspoken Sermons. First Series).

Arrastía, en concordancia con Escrivá, Lewis y Wiesel, sin dudar de la bondad, de la omnipotencia y de la existencia de Dios por no impedir los tormentos y las ejecuciones llevadas a cabo por las autoridades, se sobrepone a las pruebas que le traen el encierro, el hambre, el repudio, los apremios y el exilio interior que implica toda pena de cárcel. La idea de que la persona está hecha a imagen y semejanza del Creador, implica también el conocimiento propio, en cuerpo y alma, de las estaciones de la cruz.

En esos términos se pronuncia Escrivá en Camino: “58. No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones…y las espinas, y el peso de la cruz…, y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo… Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón”.[7] De esas bases éticas, filosóficas y teológicas, Arrastía saca la fuerza moral y la convicción suficientes para resistir, salvar a otros y salvarse. En otras palabras, soporta todo “el dolor humano” posible.

En el capítulo “Sí, pero sufro” lo expresa claramente: “Absurdo separar a Dios del sufrimiento. Parece paradoja. Eso gritaban los fariseos al Cristo –un solo requisito, para ellos creer—bajarse de la cruz. ¡Cualquier cosa menos la cruz! La cruz molesta” (123). En una de las circulares de Isla de Pinos conoce al padre franciscano Fr. Miguel Ángel Loredo, condenado a quince años en 1964, porque las autoridades argumentaron que dio refugio en el Convento de San Francisco a Ángel Betancourt, ingeniero de vuelo de Cubana de Aviación, quien intentó desviar una aeronave comercial a los Estados Unidos. En el acto murieron el piloto y el custodio, el copiloto recibió heridas. De Fray Loredo cuenta: “Fue una gota de agua en el desierto: tuvimos misa, confesiones, bautizos y confirmaciones, entre un torrente de conversiones; la gente volvía” (148).[8]

Reparemos en la última oración: “la gente volvía”. En presidio, claro que el escepticismo en cuanto a la omnipotencia y la benevolencia de Dios puede reinar e imponerse entre algunos, de manera temporal o definitiva. Sin embargo, para Arrastía, la noción de un Dios presente en cada ser, lo reafirma en la certeza de que Él padece tanto como sus criaturas y las acompaña cada minuto. En Noche hay una ocasión en la cual los condenados son obligados a presenciar el ahorcamiento de un adolescente judío. Wiesel escucha a uno de los prisioneros preguntarse: “¿por qué Dios no impide este crimen?” Una voz le replica al incrédulo: “porque acaban de ahorcarlo”.

En la literatura cubana hay un texto precursor donde se barajan conceptos equivalentes. En El presidio político en Cuba (1871), Martí hace innumerables referencias a Dios. Lo llama providente, sinónimo de bien, confía en su existencia: “Presidio, Dios: ideas para mí tan cercanas como el inmenso sufrimiento y el eterno bien. Sufrir es quizás gozar” (17).[9]

Dos párrafos más adelante, invoca un principio ético que inherente a la narrativa del presidio. El testigo que narra no debe de hablar solo de sí, también de quienes no han tenido voz y también agonizaron: “Pero otros sufrían como yo, otros sufrían más que yo. Y yo no he venido aquí a cantar el poema íntimo de mis luchas y mis horas de Dios. Yo no soy aquí más que un grillo que no se rompe entre otros mil que no se han roto tampoco. Yo no soy aquí más que una gota de sangre caliente, en un montón de sangre coagulada” (17-18).

Más de una vez, el narrador exclama: “Nunca estuve [antes de estar preso], he estado, ni estaré mientras aliente, más cerca de Dios” (16). ¿Por qué? Porque es una elección y un compromiso. La celda puede ser la de una prisión o la de un monasterio, de amor o de ascos, como señaló arriba. Meridianamente dice: “La fe es dignidad y es hombría. Es hoy, es el ayer, es el mañana, es tiempo y es espacio, es galanura; es ángel que te trepa al monte erguido para que en firmeza constates que existen horizontes que se mueven cada vez, que al estirarte creces si atinas a encumbrarte a puro filo de la espada” (CP).

Ese comportamiento lo convirtió en preso plantado. Significa que rechazó vestir un uniforme similar al de los delincuentes, o sea quitarse el de color amarillo de los políticos para llevar el azul de los comunes. No admitió dejarse reeducar -por adoctrinar-, se abstuvo de sumarse a los trabajos forzados. En el capítulo “Del amarillo al azul o a un corto blanco” (171-173) informa: “A los que no aceptaban el uniforme azul los encerraban en galeras separadas, flamantemente desvestidos con los blancos calzoncillos de dos patas, tu toalla, tu jarrito y tu cuchara” (172).

El castigo de los guardias consistió en aislarlos del resto de los reclusos, los incomunicaron. Arrastía y sus compañeros pasaron una buena cantidad de años bajo esas circunstancias, en diferentes establecimientos a lo largo y ancho de la isla. En otro documento indica: “Perdí, honestamente, la cuenta, del número de prisiones en que me encerraron. Estuve en todas las provincias, menos en Las Villas y en Oriente. Entre las más sombríamente famosas: La Cabaña, las Circulares de Isla de Pinos (cuatro enormes edificios atestados con millares de presos), Kilo 7, y el llamado Combinado del Este” (CP).

En Veinte años y cuarenta días (1988), Jorge Valls también describe el momento del cambio de uniformes, las consecuencias de rechazar el azul: “Nos prohibieron las visitas, el correo (tanto enviarlo como recibirlo), la luz del sol, libros o cualquier material impreso, contacto con otras galeras, etc. Solo nos prestaban atención médica en casos de emergencia. Éramos trogloditas desnudos en una caverna del siglo XX” (62).[10]

Hacia el final del libro, bajo el subtítulo “¿Miedo?” (245-246), Arrastía enfatiza cómo su fe lo sostuvo para poder superar tantas privaciones: “Recordé mi primera noche en Seguridad del Estado con los zapatos como almohada y mi sueño profundo…La suerte estaba echada. Es cierto que se movía la barca, que había tempestad y la mar se encrespaba; pero en la popa, cabeza en cabezal, dormía Él” (246). Ante esta declaración me vino a la mente lo dicho por Lewis en la última frase del “Apéndice” incluido en el ensayo discutido previamente: “El dolor proporciona una oportunidad al heroísmo; la oportunidad es tomada con sorprendente frecuencia”.

[1] Se considera que esta carta es el testamento literario del autor. Ver Obras escogidas en tres tomos. Tomo III. Noviembre 1891-mayo 1895. La Habana, Editorial Política, 1981: 484-487 pp.

[2]La poética del espacio. Colombia: Fondo de Cultura Económica, 1993.

[3] Mi énfasis en itálicas.

[4] Comunicación personal de J. Arrastía para este trabajo. En lo adelante, la identificaré con las letras CP entre paréntesis, cada vez que la mencione entre comillas.

[5] Traducción de Susana Bunster. http://bibliotecadigital.tamaulipas.gob.mx/archivos/descargas/0669f127a_Lewis,%20C.%20S.%20-%20El%20Problema%20del%20Dolor.pdf

[6] Translated from the French by Marion Wiesel. New York: Hill and Wang, 2016. PDF.

[7] Madrid: Editorial Rialp, S.A., 1939. PDF.

[8] Loredo, Fray Miguel Ángel. Después del silencio. Entrevistado por Nicolás Pérez Diez-Argüelles. Miami: Ediciones Universal, 1988.

[9] Publicado por la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento de Martí. La Habana: Impresora Mundial, S.A., 1953.

[10] Madrid: Ediciones Encuentro, 1988. Traducción del original en inglés por María Mercedes Lucini

Twenty Years and Forty Days. Life in a Cuban Prison.

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Cubanidad es mejor y peor.

El camarada Burundanga pide la palabra.

 

Rafael Saumell: Cubanidad es mejor y peor

Rafael Saumell

Me resulta imposible describir qué es “cubanidad” porque no se trata de la ciudadanía alcanzada por naturalización ni por lugar de nacimiento u origen, o por sentimiento de pertenencia. No se trata de menús que son muy elusivos en el archipiélago pero fácilmente disponibles fuera de allí. No se trata del acento en el habla porque hay provincias y regiones donde se pronuncia de manera distinta. Ya Nicolás Guillén aclaró que los negros de sus poemas son habaneros, no camagüeyanos, del siglo XX que no del XXI, subrayo. No es lo mismo “papaya” que “fruta bomba.”  No es el himno de Bayamo interpretado en actos del partido único o por los opositores de adentro y de afuera. Con la bandera también pasa lo mismo. Con la música igual. Martí desune, pregunten a Fernández Retamar y a Carlos Ripoll. Sin embargo, recuerdo que Fernando Ortiz escribió algo que no parece definitivo y por eso resulta lo más acertado para este caso: “…la cubanidad no solamente está en el resultado sino también en el mismo proceso complejo de su formación, desintegrativo o integrativo, en los elementos sustanciales entrados en su acción, en el ambiente en que se opera y en las vicisitudes de su transcurso” (“Los factores humanos de la cubanidad”, 1940). De manera que cubanidad no es ni el gobierno imperante, ni la constitución vigente, ni lo que dicen y han dicho los dos únicos políticos actuantes en Cuba desde 1959. Es mejor y peor.

En Texas, siempre en Texas. Agosto de 2017.

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¿Qué cubano no ama a Mao?

“Dirán entonces: aquí estuvo/ la sala, y más allá, /donde encontramos los fragmentos/ de levísimo barro, el sitio/ del calor y la dicha. /Luego/ vendrá una pausa, mientras el viento alisa los hierbajos/ inconsolables; pero/ ni un soplo habrá que les evoque/ la risa, el buenas tardes,/el adiós” (Eliseo Diego, “Arqueología”).

Este pasado lunes 3 de julio, y con el título “El Gobierno planea recuperar las posadas por horas, para hacer la competencia a los privados”, Diario de Cuba reprodujo fragmentos de un artículo firmado por Gabino Manguela (“Regresan las posadas a La Habana”), publicado en el periódico habanero Trabajadores de ese mismo día.

Una vez leído el primero, lo colgué en mi página de Facebook donde tengo muchos amigos que son compatriotas y saben de qué tema se trata. Igualmente, se lo reenvié a dos personas que fueron como yo, y por muy carnales, asiduos clientes de esos sitios “donde tan bien se está.” Las ideas expresadas por el señor Alfonso Muñoz Chang, director de la Empresa Provincial de Alojamiento de La Habana, me hicieron pensar en el asunto, a la par curioso y acaso único, que Cuba es, probablemente, el único país en el planeta donde el estado se siente obligado a administrar también las casas de citas. Dicho con otras palabras, el partido comunista y su gobierno subordinado entienden que el sexo privado debe estar bajo el control de la propiedad estatal sobre ese importantísimo medio de goce y reproducción.

¿Qué quiere decir posada en este caso? Me valgo de un libro de Argelio Santiesteban: El habla popular cubana de hoy (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1997): “f. Cub. Aquí nunca designa al inocente mesón, sino al establecimiento que alquila cuartos por un corto tiempo para solaz amoroso de las parejas. Detalle interesante es la existencia de una posada [sic] con el paradójico nombre de “Villa Cándida”. Esta voz halla sinónimos en albergues, encufe y casa de citas” (342).

Había unas cuantas en La Habana de mi juventud que el periodista Manguela rememora: “…Dos Palmas, 11 y 24, La Monumental, Edén Arriba y Edén Abajo, La Campiña y…” Una tarde ya lejana el poeta haitiano René Depestre, entonces residente en el reparto Nuevo Vedado, y hablando del asunto, me dijo que le había dedicado uno de sus poemas a la de 11 y 24. Allí llevó y gozó, me confió, a la hija del poeta francés Paul Éluard: “Sur les merveilles des nuits/Sur le pain blanc des journées/Sur les saisons fiancées/J’écris ton nom…”, es decir, “En las maravillas nocturnas/en el pan blanco cotidiano/en las estaciones enamoradas/escribo tu nombre…” (“Liberté”).

Indica Manguela que en los años noventa, o sea, a raíz del “desmerengamiento” de la antigua Unión Soviética y de los países socialistas, además de los huracanes naturales que también perforaron la isla, algún funcionario decidió convertirlas en albergues para damnificados. En resumen, tanto la geopolítica, la geografía (huracanes) y la burocracia acabaron con ese servicio, al menos en la capital. “¿Qué hacer?”, se preguntó el cubano de a pie, con ganas de seguir echándole leña al fuego de las pailas de recibo.

La respuesta la dio la ley del mercado bajo el manto sui generis de un neologismo criollo, el “cuentapropismo”, término nacido en las reuniones del partido comunista para mencionar, de forma elíptica, lo innombrable: la empresa privada. Aparecieron ciudadanos dispuestos a alquilar habitaciones (con permiso de las autoridades) de sus casas o apartamentos con tal de seguir la tradición y a modo de provechosa fuente de ingreso personal.

Dice el funcionario: “Ese es un servicio que ahora está en manos de particulares, quienes garantizan el espacio perdido por las famosas posadas. Creemos en la posibilidad real de retomarlo y desarrollarlo”. El periodista agrega: “De manera general, la habitación [de los cuentapropistas] cuenta con aire acondicionado, refrigerador, agua fría y caliente y un confort adecuado. Claro, ahí no se cuentan la cerveza a 1,20 CUC o más, el trago o botella de ron a precios estratosféricos, el llamado saladito y algún que otro aderezo para hacer más placentero el momento.” Un cubano gana el equivalente a unos $29.60 al mes. Por el momento, Muñoz Chang confiesa que no tiene presupuesto para avanzar este año en su empeño pero se siente esperanzado que el dinero aparecerá en el entrante.

Eso de que no hay plata por el momento es un alivio para los cuentapropistas. Saben que el gobierno hace montones de  planes que nunca cumple. Por una razón sencilla y escandalosa: si no hay plata para empezar a resolver el gravísimo problema de la vivienda, de dónde van a sacarla para las posadas. Están seguros de que, si les entregaran las riendas de este negocio, acometerían con éxito las obras de reparación y de construcción de nuevos espacios, en plazos muy razonables, sin depender de la decisión de ningún miembro del gobierno, salvo la obtención del permiso para llevar a cabo tales operaciones.

Sin embargo, ahí está el detalle. En los lineamientos del partido comunista, no se contempla nada parecido a estimular el brote de grupos empresariales privados, capaces no solo de reparar y de edificar posadas, sino de ofrecer empleos por ese medio a miles de ciudadanos que, entre otras expectativas, serían consumidores potenciales de esos servicios. El estado raulista al igual que el fidelista, no tolera ni la acumulación de riqueza ni el desarrollo de una capa de individuos financieramente independientes. Por otro lado, los únicos cubanos que podrían hacer inversiones serias de capital no viven en la isla. La legislación en vigor tampoco les permite a estos participar en esas transacciones. ‘Caso cerrado’ como el programa de Telemundo.

En Texas, siempre en Texas, julio de 2017.

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Te devolverá el tiempo

Te devolverá el tiempo Rafael E. Saumell Sam Houston State University Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) Andrés Jorge González nació en San Juan y Martínez, Pinar del Río, Cuba (1…

Origen: Te devolverá el tiempo

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Te devolverá el tiempo

Te devolverá el tiempo

Rafael E. Saumell

Sam Houston State University

Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE)

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Andrés Jorge González nació en San Juan y Martínez, Pinar del Río, Cuba (1960). Actualmente reside en México. Hasta hoy ha publicado la colección de cuentos A ciegas en el laberinto (1994) y dos novelas, Pan de mi cuerpo (1997),  Te devolverán las mareas (1998). Tiene dos títulos  inéditos: Para alejar el frío invierno y Voyeurs.  En Cuba y en los comienzos de su carrera publicó algunos textos, en específico “El canto de las sirenas”, en la antología Los últimos serán los primeros preparada por Salvador Redonet.[1]

A nivel generacional pertenece al grupo de los “novísimos,” casi todos nacidos a partir de 1959. Voy a utilizar el propio testimonio de Jorge para explicar cómo se representa él dentro de esa nómina de creadores: “era uno de los facinerosos “novísimos,” un “perestroiko,” parte de un grupo de escritores y artistas que ahora están la mayoría fuera de Cuba, y a quienes se nos dio casi luz verde para que nos fuéramos pa’l carajo y no jodiéramos más dentro de la Isla, en un momento donde la política fue bajarle la presión a la caldera[2]”.

También comenta cuáles son las características de los novísimos: un intento de asumir más abiertamente una literatura crítica, de desencanto, anti-heroica, y una cierta recurrencia de temas que a mí en lo personal empezó a desencantarme más temprano que tarde, me refiero a los cuentos de la beca, de los “frikies”, de una supuesta marginalidad, del “jineterismo”, etc. Algunos cuentos de esa antología, incluido el mío, buscaban otras vertientes, donde está más presente un lenguaje alegórico y un gusto por la intertextualidad que se desliga de la narrativa cubana inmediatamente anterior a la nuestra –donde realmente no hay mucho rescatable” (Carta 20/1/00).

Dichas vertientes constituyen la sustancia de este ensayo y consisten en:

  1. la necesidad de viajar manifestada en varias dimensiones:
  1. del pueblo a una ciudad grande, a la capital del país, al extranjero
  2. del pasado al presente y viceversa, del tiempo de los sucesos narrados al tiempo presente de la lectura
  3. de una cultura a otra
  1. el predominio de personajes femeninos que cuestionan la sociedad patriarcal en el plano de la identidad literaria, sexual, religiosa y política
  2. el hecho de que los relatos son sumamente críticos del referente nacional, anteriormente idealizado por la literatura oficial de los setentas y parte de los ochentas. En ellos hay una oposición al esquema de “romance”, de acuerdo con la definición hecha por Maurice Z. Shroder (1967, 25). que quiso imponer la política cultural por medio del neo-realismo socialista, simbolizada por la obra de Manuel Cofiño y los textos del llamado género testimonial. La literatura de los novísimos va más allá del estado de “inocencia” obligada que se quiso imponer a los creadores oficiales, para que representaran en sus textos un estado espiritual que Shroder califica de vector de ignorancia y ceguera. La “experiencia” constituye el aporte traído por los novísimos y los antecesores que pagaron con ostracismo, “insilio,” prisión y exilio.[3]
  3. A ciegas en el laberinto es un montaje de las “ilusiones perdidas” en el proceso revolucionario; Pan de mi cuerpo es un despliegue de múltiples puntos de vista narrativos; Te devolverán las mareas se destaca por la presencia de personajes, contextos, épocas, culturas y anécdotas en apariencia disímiles.coetáneos. En Otros pensamientos en La Habana (1994), Osmar Sánchez Aguilera, igualmente radicado en México, indica que en el “campo literario no pocos son los textos [del período] que, por distintas vías y en diverso grado, indican el cambio en punto a procedimientos retórico-compositivos, representación (sumamente cuestionada), y concepción-función de la literatura, que se gesta desde entonces” (1994, 9). Hace varios años Leonardo Padura se pronunció sobre este asunto: “Creo que la esencia de todo radica en que hoy se está escribiendo mejor que ayer, con más libertad, con más audacia, con mayor interés en lo universal –aunque sean historias locales—y se ha superado el maniqueísmo provinciano de los años 70 y parte de los 80[4]”.
  4. Estas señas de estilo las comparte Andrés Jorge con muchos de sus

Por eso subrayo la relación de contraste existente entre el “romance” o literatura testimonial de los setenta y de de los ochenta  con las obras emergentes desde finales de aquel período.[5] Aquí es pertinente aclarar, aunque con palabras de Shroder en su ensayo sobre la novela  como género que el “romance es esencialmente una literatura escapista; apela a las emociones y a la imaginación del lector, a quien invita a maravillarse ante un mundo bajo el influjo de encantos y triunfantes aventuras –tal victoria puede deberse a la derrota de un dragón o al desenmascaramiento de un sheriff corrupto” (1967, 21).

En ese sentido, Biografía de un cimarrón (1967) de Miguel Barnet puede leerse como un “romance” que comienza en la esclavitud, sigue entre las fuerzas independentistas, continúa en la república burguesa y culmina en el aprendizaje de la lectura y de la escritura bajo el manto del socialismo marxista-leninista. Es un “héroe positivo” que reconstruye con paso determinista las etapas históricas del pasado para concluir que el presente es el estado ideal, de cierre de su biografía y el comienzo de un presente justo e inamovible por los siglos de los siglos.

Igualmente, las series policiales hechas para televisión al estilo de En silencio ha tenido que ser, de Abelardo Vidal y Nilda Rodríguez, dan la pauta a un tipo de héroe enfrentado al dragón yanqui y a sus servidores locales. El predominio de los Esteban y de los David epitomizan ese momento donde la cultura oficial silenciaría los romances que no estuvieran protagonizados por las “aventureros revolucionarios”

En A ciegas en el laberinto ocurre lo contrario. Por ejemplo, “Casa en la playa” es la historia de un hombre desencantado, que antes había roto vínculos con los “gusanos” de su familia. Al final de su existencia descubre la lección impartida por “la gran historia”: “no vale la pena morir por ninguna causa, justa o injusta, lo único que vale es estar vivo” (1994, 13). En “Fidelidad” las figuras de Jesucristo y Magdalena encarnan a las víctimas  de los actos de repudio montados por el gobierno durante el período del puente de El Mariel. “En mi viejo San Juan”, [y Martínez], es un ejercicio literario por partida doble: de escritura del mismo cuento, o sea una metaficción,  y a la vez una reflexión dedicada al aburrimiento, a la vulgaridad y al deterioro de la realidad material: autos, edificios, personas, etc.

“Jogging” está dedicado a la visita a Cuba del familiar que reside en los Estados Unidos, al sexo “voyeur”, a la falsa moral del narrador, atraído por la prima –representativa de la “comunidad cubana en el exterior”—y al mismo tiempo limitado para expresarle a ella sus emociones verdaderas debido a que él es militante de la Unión de Jóvenes Comunistas. “El acta de los mártires” puede conectarse con  “Casa en la playa” en el sentido del heroísmo inútil, de la indiferencia de los más jóvenes ante los sacrificios del pasado, constantemente repetido por los sujetos propagandistas. “La vida es lo importante” dice un personaje, pero los padres del hijo-mártir esconden las versiones que explicarían honestamente por qué la policía de Batista lo asesinó. Probablemente es el relato más pesimista  pues presenta “la gran historia” como un fardo insoportable y plagado de rutinas anti-heroicas. Los padres de los mártires se enfrentan a un auditorio siempre hastiado, que escucha una y mil veces la leyenda de los caídos.

Hay dos cuentos que marcan la ansiedad por el viaje. En ellos se mezclan los traslados físicos y mentales hechos por los personajes. Son los balseros de “En el laberinto” y “Escuchando a Serrat”. En éste, el narrador, que reside en Cuernavaca, habla de su sentimiento de “otredad” porque no parece mexicano.  Escuchar cierta música le hace regresar mentalmente a la isla. El tono dominante es pesimista pues ese mar que rodea a la isla de Cuba acompaña siempre a sus nativos dondequiera que vayan. En esa gravitación insular se escuchan los ecos de  unos versos de Virgilio Piñera: “Y el mar, siempre el mar, circunstancia del agua por todas partes…mi naufragio se inscribe dentro de un gran naufragio colectivo…espera con ansiedad noticias del barco encallado. Tal historia colectiva…Es hermoso y descojonante, pero todo es partir. He vivido escapándome y quedándome en todos los lugares…Y este hombre sigue viviendo en una isla allende el mar” (1994, 100-110)”.

A la isla regresa el narrador para indagar sobre la vida de Graciela Vidal, la protagonista de Pan de mi cuerpo. El título no puede ser más figurativo. Es el símbolo de lo que aceptamos en lugar de lo que ya no está físicamente. En su reseña de la novela, Daína Chaviano opina que el título nos conduce al principio de la “falibilidad del testimonio humano a la hora de enjuiciar a otros; tal vez una advertencia sobre los peligros de pretender buscar explicaciones absolutas y únicas ante un mismo hecho” (1998, 162).

Buscar el origen y el desarrollo de Graciela constituye el alimento de la trama. A la entrada de la obra hay dos citas, una de Umberto Eco y la otra de Jorge Luis Borges. En la primera leemos que “la vida es interpretada como un eterno complot, o mejor dicho, como una cadena de complots.” En la segunda: “Dios mueve al jugador y éste la pieza.”

Al estilo del periodista que planea escribir una crónica, o de un autor de relatos testimoniales a lo Barnet, este narrador entrevista  a los testigos que la conocieron, coteja fechas, instituciones, datos, documentos. Sin embargo, este proceso de consulta de voces y de fuentes no está condicionado por la necesidad de hallar pruebas irrefutables que justifiquen un sistema de narración prestablecido, ni por la obligación de defender el referente no literario, dicho de otra manera, la sociedad donde se genera  el texto. Quiere que la polifonía sea la cualidad esencial del punto de vista. Revela la contradicción existente entre las voces, se cuida de formular tesis encontradas para narrar la vida de Graciela. En general y según Wayne C. Booth, nos referimos a la existencia de un diálogo entre el autor, el narrador, los personajes y el lector (1967, 97).

Graciela Vidal, mujer de provincias como Madame Bovary, es famosa por su matrimonio con un hombre del cual no está enamorado. Circulan rumores acerca de su vida sexual y religiosa. Se cuestionan las motivaciones que la llevaron a practicar actos caritativos. Ha muerto atravesada por un rayo sin que hubiese podido cumplir el acto más prodigioso que se propuso, inaugurar una capilla. Nos enteramos de esos datos debido al viaje de la escritura en el tiempo, del pasado al presente del texto y de éste a la experiencia actual del lector, con lo cual se materializa el diálogo al que alude Booth.

Tantas leyendas y versiones conflictivas tocantes a una misma persona predisponen al narrador a adoptar  un punto de vista que no sea omnisciente sino aquél que Norman Friedman  denomina el “modo dramático.” Éste se limita a registrar ampliamente lo dicho y hecho por los personajes (129). No tenemos que lidiar con una novela muy realista, tanto que nos daría un corte sociológico demasiado verosímil de la vida y de las gentes en un pueblo de Pinar del Río. Antes bien, y siguiendo con Friedman, somos lectores de un acto de escritura que consiste en “un proceso de abstracción, selección, omisión y montaje” (131).

Una de esas selecciones consiste en comparar a Graciela con Safo. Ambas vivieron en islas, estuvieron casadas con hombres de solvencia económica, tuvieron una hija, en el caso de Graciela adoptada,  a la que llamaron Kleide, contaron con discípulas y seguidoras a quienes amaron. Safo cantó a Afrodita. Graciela “escribió el librito Las Hijas del Cielo” que era “la Nueva Palabra de [la Virgen] María, todo un programa, para eso se habían construido el convento y la capilla” (138).

Safo es el primer personaje desarrollado en Te devolverán las mareas. A ella le siguen Izumi Shikibu, japonesa, Virginia Woolf, inglesa y Ofelia Ibarra, cubana, la única que carece de existencia histórica. A ella está dedicada la novela, se nos informa que se trata de la “autora” del proemio. Esas son las bases anecdóticas de la trama: “mujeres dispersas por las islas del mundo, llevaban en sí como nadie su condición isleña. Como ellas yo he escuchado la llamada ancestral, pródiga, y más de una vez he despertado con el fragor de las mareas a flor de piel” (9).

El formato narrativo es cíclico pues empieza y termina con Ofelia. El otro factor prevaleciente es, por supuesto, el agua, principio de vida tratado en el libro del Génesis: “Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos” (1:20). Otra tesis esencial de la novela nos indica que estamos hechos para señorear sobre el mar. Nadar y flotar, dejarse llevar por la corriente son manifestaciones de ese señorío.

El proemio nos da otra clave originada en el primer verso del poema “La isla en peso” de Virgilio Piñera: “La maldita circunstancia del agua por todas partes” (45). En ese poema hay un verso que justificaría, en el caso de esta novela, la ensambladura de las cuatro vidas paralelas: “Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol” (49).

Recordamos entonces a Giambattista Vico y sus ideas del curso y del recurso, del ascenso y del descenso, sol y luna, día y noche (Oxford, 899). Todos los espacios reciben la gran influencia marina. Por cierto, en el volumen III de El Ingenio (97) Manuel Moreno Fraginals opina que el mar es uno de los grandes complejos de la cultura cubana. Andrés Jorge, como antes Piñera, asume la “circunstancia del agua” como un problema de destino. No es mar del exilio, de las tragedias, de las fugas, ni siquiera el de la “seda del agua” mencionada por José Martí en su Diario de Campaña (528) Safo, Izumi Shikibu, Virginia Woolf y la Ofelia de raíz shakesperiana no pueden ser indiferentes a esa presencia, no pueden vivir de espaldas a ella, más bien se sienten seducidas y atrapadas.

Hernán Lara Zavala se ha referido a esta unidad biográfica y temática, la cual rompe con ciertos moldes fijados por la novelística decimonónica: “las cuatro historias que componen el volumen…aunque son independientes entre sí, logran comunicarse a través de un efecto que yo llamaría, no de metáfora, sino de metonimia, pues las historias se unen por la similitud que existe entre las cuatro heroínas (“Muerte por agua”).  De acuerdo con Madeline Cámara la obra es “en rigor una colección de cuatro piezas narrativas unidas por temas comunes, se empeña en buscar sus asuntos y personajes en tiempos y regiones remotas, creando una distancia que permite una universalidad depurada” (225).

Aparte del mar predomina la orientación sexual de estas mujeres. No se suicidan porque son lesbianas o bisexuales. El hecho de morir y de resurgir de entre sus respectivas caídas en otras épocas, sociedades y lenguas, implica que se produce el eterno retorno de ciertas imágenes, corpóreas y poéticas, partes de un contexto circular que podemos volver a resumir con los versos de Piñera arriba mencionados.

El mar, dador de vida, contribuye a la resurrección y al ascenso de imágenes que una vez se ahogaron, esto es, descendieron. La joven que organiza el archivo de Virginia Woolf la trae el presente de la narración. El vínculo que mantiene con la antigua amante de la novelista implica la perpetuidad y la libertad del placer. Cuando José Lezama Lima apunta en “Pensamientos en La Habana,” que “mi alma no está en un cenicero” (1966, 108)  estamos en presencia de la movilidad de la imagen a través de los tiempos. Esta idea la expresa en unos versos que salen del mismo poema: “Quieren que saltemos de esa urna/y quieren también vernos desnudos/Quieren que esa muerte que nos han regalado/sea la fuente de nuestro nacimiento» (106).

Estas suicidas no son enemigas de los hombres, aunque sí intentan escapar de la tutela patriarcal. Izumi Shikibu tuvo que escribir en japonés porque los hombres de entonces consideraban que esa lengua estaba por debajo de las más sofisticadas tareas de la poesía y de la prosa, motivo por el cual usaban una de las lenguas provenientes de China (24).  El conocimiento de sí, de la escritura y del cuerpo propio, conduce a un principio de placer distinto, el que se da entre iguales dentro de un grupo marginado para llevar a cabo tareas intelectuales calificadas de menores por el poder.

Ofelia rechaza la prosa de Ernest Hemingway y comparte su criterio con el hombre que ama y con quien le habría gustado vivir en Australia donde ella tiene de amante a una arqueóloga. Safo sufre la pérdida de Anactoria pero no del erotismo. Valdría aquí la pena sugerir si acaso la atracción que ellas sienten por el mar es semejante en intensidad a la máxima libido: entregar el cuerpo a la caverna del agua con el mismo fervor conque se apetecen las vaginas de las musas.

Las tres primeras historias –Grecia, Japón e Inglaterra—se concentran en una suerte de política del deseo bajo la cual los personajes viven y donde se dedican a escribir, leer, viajar, comentar, criticar, siempre dentro de un marco sexual eminente. Se producen debates sobre la valoración literaria, la influencia de los medios de opinión que entonces se llamaron “cortes.” Al arribar a Cuba estos asuntos se agudizan. Se leen frases de política explícita que previamente no vimos: “comunismo,” “ciudad hambrienta,” “materialismo,” “desperdigados por el mundo,” etc.

Al ambiente delicado de feria japonesa se opone la vulgaridad del intercambio entre el chofer y el funcionario del partido comunista que llevan a La Habana a una Ofelia todavía adolescente. A la opresión ejercida por los discursos de la moral y de la religión en las sociedades de Safo, Izumi y Woolf, se suma la política cubana de hoy, presentada como una forma de religiosidad civil. Su final es muy dramático: su cuerpo es castigado por el SIDA. Las siglas se interpretan de este modo: “el virus, el Siniestro, el Innombrable, el Demoníaco, el Aniquilador” (266). Decide echarse al mar en imitación de su “ser anterior, la otra Ofelia” (273). En el Epílogo ocurre un diálogo entre una ninfa y Safo. Aquélla opina que “la vida es cosa de humanos…somos ninfas, espuma de mar”, a lo cual la poeta replica: “Entonces yo quiero volver a la condición de ser humano, encarnar de nuevo en la mujer que fui” (285).

 

En Texas, siempre en Texas, 2000 y marzo de 2016.

 

 

 

[1] Escribí y leí este trabajo hacia el año 2000 con motivo de una de las conferencias organizadas por el Cuban Research Institute (CRI) en Florida International University (FIU). Por esa causa, la bibliografía de Andrés Jorge González solamente abarca hasta aquel año.

[2] Carta al autor fechada el 20 de enero de 2000

[3] Al respecto leer la Tesis y Resolución sobre la cultura artística y literaria. (DOR: La Habana, 1976). El ensayo de Imeldo Álvarez La novela cubana en el siglo XX es otra prueba del pensamiento oficial del período: “Día llegará, seguro, en que tendremos una novelística nutrida de primeras figuras que no refleje sólo el pasado, o lo que muere de él, lo viejo en proceso de cambio, sino…la idea del socialismo y la visión trascendente de los constructores…cada vez más digna de la clase obrera, de los que, como decía Lenin, “son la flor y nata del país, su fuerza, su futuro”, del nuevo hombre que esta época engendra en colosal pelea liberadora (1980, 142).

[4] Entrevista al autor hecha por Amir Valle para Librusa, Agencia Internacional de Noticias Literarias. Agosto de 2000. http://www.librusa.com/entrevista4.htm

[5] Ver la definición de Testimonio en el Diccionario de la Literatura Cubana (1984) Tomo II: 1013-1015.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Obras Citadas

 

Álvarez, Imeldo. La novela cubana en el siglo XX. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1980.

Barnet, Miguel. Cimarrón. La Habana: Instituto Cubano del Libro, 1967.

Booth, Wayne C. “Distance and Point of View. An essay in classification.” The Theory of the

Novel. Edited by Philip Stevick. New York: The Free Press, 1967: 87-107.

Cámara, Madeline. “Invocación a las aguas.” Encuentro. 14 (Otoño, 1999): 225-26.

Chaviano, Daína. “De lo profano y lo divino.” Encuentro. 10 (Otoño, 1998): 161-62.

Cofiño Manuel. Diccionario de la Literatura Cubana. La Habana: Editorial Letras Cubanas,

1981: 161-62.

Friedman, Norman. “Point of view in fiction: The development of a critical concept.” The

Theory of the Novel. Edited by Philip Stevick. New York: The Free Press, 1967: 108-37.

González, Andrés Jorge. A ciegas en el laberinto. México: Claves Latinoamericanas S.A. de

C.V., 1994.

—. Pan de mi cuerpo. México, D.F.: Editorial Joaquín Mórtiz, 1997.

—. Te devolverán las mareas. México, D.F.: Editorial Planeta Mexicana, 1998.

Honderich, Ted., Ed. “Vico, Giambattista.” The Oxford Companion to Philosophy. New York:

Oxford UP, 1995: 899.

Keene, Donald., ed. Anthology of Japanese literature. New York: Grove Weidenfeld, 1960.

Lara Zavala, Hernán. “Muerte por agua.” Arena. Suplemento de Excelsior.

Lezama Lima, José. “Pensamientos en La Habana.” Órbita. Editor Armando Álvarez Bravo. La

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Martí, José. “Diario de Campaña.” Obras Escogidas. Tomo III. La Habana: Editora Política,

1981: 497-530.

Moreno Fraginals, Manuel. El Ingenio. Tomo III. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales,

1978.

Padura, Leonardo. “No soy un bestseller.” Conversación franca y abierta con L.P. por Amir

Valle. Librusa. http://www.librusa.com/entrevista4.htm

Piñera, Virgilio. “La isla en peso.” Poesía y Crítica. Prólogo de Antón Arrufat.  México: Consejo

Nacional para la Cultura y las Artes, 1994: 45-57.

Sánchez Aguilera, Osmar. Otros pensamientos en La Habana. La Habana: Editorial Letras

Cubanas, 1994.

Shroder, Maurice Z. “The novel as a genre.” The theory of the novel. Edited by Philip Stevick.

New York: The Free Press, 1967: 13-29.

“Testimonio.” Diccionario de la Literatura Cubana. Tomo II. La Habana: Editorial Letras

Cubanas, 1984: 1013-1015.

 

 

 

 

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De la cazuela cubana.

De la cazuela cubana

Rafael E. Saumell

Sam Houston State University

“Sigamos la metáfora. Ante todo una cazuela abierta. Esa es Cuba”.

Fernando Ortiz (1881-1969)

Ante todo, deseo agradecer a los doctores Ileana Fuentes-Pérez y Orlando Edreira la invitación que me hicieron para formar parte de esta reunión. Hago extensivo mi reconocimiento a todos los organizadores del Coloquio sobre la «Erradicación de la discriminación racial en la futura Cuba democrática» y a los asistentes al evento.[i]

El título de esta ponencia fue tomado de una conferencia leída el día 28 de Noviembre de 1939 por Don Fernando Ortiz a un grupo de estudiantes de la fraternidad Iota-Eta de la Universidad de la Habana. Luego apareció publicada con el título «Los factores humanos de la cubanidad”. Creo que fue allí una de las primeras oportunidades donde expresó: «Cuba es un ajiaco”. Como toda metáfora feliz, el éxito del que ha venido disfrutando desde entonces es incuestionable. Para ampliarla añadió: «Ante todo una cazuela abierta. Esa es Cuba, la isla, la olla puesta al fuego de los trópicos…» (155)[ii].

La premisa de la cual parte ese concepto nace de la formulación y de la respuesta a una pregunta que sólo en apariencia parece muy sencilla: «¿Qué es la cubanidad?» «…la cubanidad en lo humano es sobre todo una condición de cultura. La cubanidad es la pertenencia a la cultura de Cuba. Pero, ¿cuál es la cultura característica de Cuba?»  (153). La conclusión a la cual arriba es muy sabia: «la cubanidad no está solamente en el resultado sino también en el proceso de su formación, desintegrativo e integrativo, en los elementos sustanciales entrados en su acción, en el ambiente en que se opera y en las vicisitudes de su transcurso» (157).

De cuanto he citado quisiera subrayar cuatro puntos: el resultado, lo desintegrativo, lo integrativo y las vicisitudes de la cubanidad. La interpretación que hago de ellos forman la sustancia de los argumentos que van a escuchar inmediatamente.

En primer lugar, a los componentes del ajiaco tradicional según la denominación de Ortiz en 1939, se añadió veinte años después el de una revolución cuyo resultado histórico más decisivo consistió en adoptar el esquema marxista-leninista como fuerza de estado. Todo el mundo sabe que falleció en La Habana el 10 de abril de 1969, pero todos ignoramos hasta el presente si acaso dejó algún documento donde pudiéramos hallar sus ideas sobre el enorme impacto que ese rumbo ideológico ha ocasionado en el espesor y en el sabor de nuestro ajiaco.[iii]

La denotación inmediata de la palabra racismo como repudio, persecución, discriminación y segregación en contra de otro color considerado inferior, ha sufrido -insisto, ha sufrido- de abundancia represiva: los cubanos padecemos un neo-apartheid, basado no siempre en la pigmentación, ni en la forma de la nariz o de los pómulos, ni en la línea de los labios ni en el tipo de cabellos, ni de cualquier otro rasgo antropomórfico.

Tan grave como lo señalado atrás es la exclusión social de cualquier cubano que no profese, pública y activamente, su admiración y apoyo a la ideología dominante. Ello afecta a negros, achinados de cualquier matiz, jabaos, moros, «pelicoloraos», mulatos, blancos, la suma de todas esas combinaciones y la multiplicación de todos esos procesos.

El racismo gubernamental perjudica a socialcristianos, neo-liberales, democristianos, socialdemócratas, eco-pacifistas, activistas por los derechos humanos, feministas de tendencia no federada y a los marxistas de la familia perestroika o glásnost. A los católicos, a los protestantes, a los judíos, a los islámicos, a los budistas, a los ortodoxos, a los santeros, a los paleros, a los abakuás, a los ñáñigos, a los espiritistas, a las logias, a los panteístas, a los ateos y a los agnósticos.

No sólo se han abolido los derechos a la propiedad privada y el pluralismo de partidos, la libertad de expresión y de movimiento o la elección de las preferencias sexuales. Cuando en Cuba alguien ha criticado la supresión de esos valores y luchado por rescatarlos, además de parar en la cárcel o en el paredón, se le ha caracterizado de cavernícola, lacayo, gusano y apátrida. Todos los que estamos en esta sala, y de acuerdo con el vocabulario oficial de la Isla, dejamos de ser cubanos desde el instante en que disentimos y, peor aún, desde el momento en que de una u otra manera abandonamos físicamente el archipiélago. No importa el color de la piel sino el del credo político. Esta es la desoladora leyenda del socialismo marxista-leninista en la historia más reciente de Cuba.

A la exterminación de los aborígenes denunciada por el Padre Las Casas, se adicionan los testimonios de millones de cubanos tratados como no-personas debido el mero hecho de su falta de simpatía por el régimen.

¿Han desaparecido, por consiguiente, la discriminación y la segregación basada en el color de la piel y en la cultura? No, persiste. Pero estamos ante un problema nuevo: todos los cubanos gozan de acceso efectivo a la instrucción gratuita, están presentes en las distintas esferas de la actividad humana. Hay muchos obreros, campesinos, técnicos y profesionales negros en la Cuba de hoy. El ejército y las fuerzas policiales cuentan con numerosas tropas y oficiales negros. Los conjuntos artísticos, sean el ballet, la danza moderna, los grupos teatrales, las orquestas, el cine, la radio, la televisión, la literatura, las artes plásticas, reúnen y promueven a los negros y también a los demás.

Hay abundantes parejas interraciales. No hay barrios exclusivos para negros o para blancos o para mixtos, en el sentido que tienen esas clasificaciones en los Estados Unidos de América. No hay necesidad de crear un sistema anti-segregacionista en las escuelas. No hay clubes sólo para blancos, sólo para negros, sólo para mulatos, sólo para discriminarse. Estoy hablando de la fachada únicamente. De aquello que el sistema utiliza como testimonio de inocencia.

Sin embargo, la población dominante en las ciudadelas, que es el eufemismo por «villas-miseria» o «guetos», es negra. Todavía más: la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en su visita a las cárceles cubanas (1988), anotó en su Informe «que un número considerable de presos era de raza negra» (25). Cuando le comentaron este detalle al Vicepresidente del Consejo de Estado (¿Carlos Rafael Rodríguez?), el funcionario «reconoció que existe una desproporción entre el peso relativo de la raza negra en la población total y su peso relativo en la población penal…» y que «los individuos de esta raza constituyen la mayoría entre las capas más pobres de la sociedad…» aunque «en forma alguna es expresión de una política de discriminación racial sino un residuo del pasado contra el que el régimen todavía sigue luchando.» [iv]

Culpan sólo al pasado -al capitalismo- como si la propia revolución no tuviera aún su propio pasado. Es decir a treinta años de juramentada igualdad socialista la mayoría de la población negra vive hacinada, con muy precarias o inexistentes comodidades sanitarias, devengando bajos salarios, desertando de las escuelas, dedicándose a actividades delictivas y engrosando con terrible ventaja numérica las cárceles del país.

En los niveles máximos del gobierno y del partido comunista, la desproporción es también evidente pero al revés. ¿Cuántos ministros negros hay? ¿Cuántos miembros efectivos del Buró Político son negros? ¿Cuántos integrantes del Comité Central? ¿Cuántos generales en el ejército y en el Ministerio del Interior? ¿Cuántos negros hay en el Consejo de Estado?

Las expediciones militares en África aportan otras interrogantes: ¿Cuántos soldados afrocubanos murieron en la guerra entre Etiopía y Somalia? ¿Cuántos en Angola? El gobierno de Fidel Castro negaba, en los momentos iniciales de esas invasiones, que hubiese presencia del ejército de la isla en esos combates. También escamoteaba que el grueso de las tropas estaba formado por negros. Ningún satélite espía, ningún avión de reconocimiento del enemigo puede diferenciar con exactitud a un negro etíope o angolano de uno caribeño. Para morir a nombre del internacionalismo ser negro constituía un privilegio mortal.

Sin embargo, cuando el negro cubano persiste en mantener sus tradiciones de origen africano el caso es atendido de manera bien diferente. Debe escudarse en los grupos folklóricos, apadrinados por el Ministerio de Cultura, para sobrevivir. Entonces el Estado los admite en su seno a modo de orgullosa manifestación viva de nuestro pasado -enfatizo, pasado- y como a una de las raíces más vigorosas de la nación. Los santeros que ejercen por cuenta de sus orishas y no del Partido Comunista viven otra suerte. Están bajo el permanente escrutinio de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), de la policía, del poder popular y de los tribunales. Nuevos rancheadores para nuevos cimarrones.

Algunos ideólogos del régimen discrepan de los juicios y de las afirmaciones que he adelantado. Miguel Barnet, por ejemplo, es uno de los más importantes expertos en el tema que estamos abordando. Al recibir a la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en 1988, dijo que en cuanto a «la Unión de Escritores y Artistas de Cuba… sus miembros profesan diversos cultos religiosos» y que dicha Unión «agrupa a marxistas ortodoxos y liberales, así como a católicos y a quienes practican el culto de la santería» (51). En el mismo informe se cita un testimonio de Ambrosio Fornet, entonces “responsable de la política editorial de la Unión,” según el cual “la orientación ideológica de un trabajo literario no era un elemento que se tomaba en cuenta al decidir su publicación, aunque mencionó “[que]… por ejemplo la Unión prefiere no publicar una obra que presenta una visión parcializada o distorsionada de la Revolución” (51).  Igualmente, Abel Prieto “… expresó que no han ocurrido casos de expulsión de miembros de la Unión, habiéndose tan solo separado a algunas personas por haber infringido los principios de la ética profesional, sea por plagio, mercenarismo artístico o abandono del país y traición a la Revolución” (51). La ideología oficial consistiría en “integrar” a creyentes e intelectuales en instituciones de donde pueden ser expulsados si no comulgan con el socialismo.

Posiblemente deseándolo, o quizás exigiéndolo, ha dado un vuelo intelectual peligroso: a nombre de una teoría que se proclama revolucionaria, adopta los patrones ideológicos de los esclavistas: si el negro quiere ser tolerado en esta sociedad, si pretende sobrevivir, ha de venerar las reglas de juego de la nomenclatura marxista-leninista. Que el día de los CDR salga a festejar a los patrones y que vista los trajes apropiados; que sus santos obedezcan y se subordinen al panteón del partido único. Que el negro se haga miliciano, cederista, internacionalista, comunista y fidelista. Si al final insiste en adorar a Babalú Ayé, a Elegguá, a Changó, a Yemayá, a Orula, a Olofi, que no los ponga a pelear con Karl Marx, Friedrich Engels, Vladimir Lenin, Yosef Stalin o Fidel Castro. El Elegguá de estos tiempos tiene que abrir los caminos trazados por el secretario general y su buró político.

 

En cuanto a la falta de acceso a los medios masivos de comunicación por las diferentes religiones, José Felipe Carneado, quien fuera jefe del Departamento de Asuntos Religiosos del Comité Central, ha expresado: «…si se quisiera ofrecer el uso de medios de comunicación a las distintas iglesias existentes, el Gobierno carecería de espacio suficiente para llevar adelante sus campañas en el campo social” (31). He traído el tema de las religiones porque no podemos siquiera aproximarnos a la cultura y a las llamadas razas, sin interesarnos por un asunto tan fundamental. El IV Congreso del Partido Comunista de Cuba (1991) se propone incluir en su agenda el ingreso de los creyentes entre la militancia tradicional:

Para promover esos objetivos, el partido tiene que ser un luchador consciente

Y consecuente dentro de la sociedad contra los rezagos de desigualdad y

discriminación de sexo, de raza, o de cualquier otro tipo que puedan existir, por

sutiles que estos sean, lo que supone, entre otros aspectos, la comunicación

sincera con capas y sectores sociales que tienen intereses específicos, entre

ellos los creyentes de los diferentes credos religiosos que comparten nuestra

vida y asumen nuestro proyecto de justicia social y desarrollo, aunque en

algunos aspectos de la ideología se diferencien de nosotros. (http://congresopcc.cip.cu/wp-content/uploads/2011/02/Llamamiento-al-IV-Congreso.pdf)[v]

Castro se ha reunido con un sector de la iglesia protestante para proponer nuevas reglas a las tablas de la ley en la Isla. Una de las réplicas más sensatas a dicha estrategia la dio Monseñor Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de la Habana, mediante una Carta Pastoral titulada “¿Católicos en el Partido Comunista?”: «En otras palabras, el creyente sería admitido en un partido que, en la cuestión religiosa, toma partido por la no creencia como la mejor propuesta para el hombre y la sociedad…Más práctico y más urgente aún, me parece que sería someter a la Asamblea Nacional del Poder Popular un proyecto de ley sobre religión donde se plasmaran los derechos y deberes de los creyentes y de las instituciones religiosas de nuestra sociedad» (1990).[vi]

Se trata de un callejón sin salida motivado no por la elección entre el derecho a creer no. Es un conflicto más profundo, porque la tesis de la coexistencia descansa en la subordinación de todos los demás a un solo discurso político-cultural «pero siempre aplaudiendo» como escribiera Heberto Padilla en sus «Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad.»

En este contexto, la discriminación no está limitada sólo a la pigmentación, al origen étnico, a una decisión espiritual o a las formas de la propiedad sobre los recursos naturales, la producción o los servicios. Es algo que trastorna el entendimiento mismo de cuanto aceptamos y propugnamos por cubanidad en el sentido de ajiaco y de la cazuela abierta. Sencillamente y como definió Monseñor Jaime Ortega es un reto «insuperable», pues el proponente -el partido único- no está compartiendo la nación, sino pretendiendo montar un coro que parezca polifónico.

El desafío es grave. Hay muchas vicisitudes en el terreno de la actual cubanidad, aquí y en la Isla. Cuando se estrenó el documental Havana (1990) de Jana Bokova hubo muchas opiniones interesantes entre los cubanos exiliados. Varias fueron reproducidas por la prensa en español del sur de la Florida. Cierta señora mostró asombro debido a lo que ella califica de «haitianización» de nuestro país. Lo curioso es que siempre estuvimos «haitianizados» desde que los primeros colonizadores exterminaron a los aborígenes y se decidió suplantarlos con la mano de obra africana. Siempre estuvimos «achinados» desde que la supresión de la trata hizo pensar en la utilidad de los culíes. Siempre estuvimos europeizados desde que el Almirante trajo su flotilla, integrada en parte por personas de conflictivos expedientes criminales y en parte por gentes laboriosas y temerosas de Dios; de judíos que escapaban de los acosos en la España del siglo XV. En los puertos de Cuba desembarcaron irlandeses, canarios, norteamericanos, ingleses, turcos, egipcios y cuanta criatura se sintió atraída o arrastrada por el delirio del Nuevo Mundo.

Ése es el ajiaco criollo al que se refiere Ortiz. El discurso de la cultura cubana que todos vamos a recrear en el futuro exige esa conciencia: que cada cual sea capaz de afirmar a sus ancestros y de convivir con los otros en condiciones de honesta igualdad. Que cada cual lleve su ofrenda al ajiaco y que cada cual lo saboree. Pero importante como todo ello es que una vez levantada la tapa de la olla, nadie pueda volver a cerrarla jamás.

No debe haber sitio para que prosperen ni las antiguas ni las nuevas intolerancias. Somos muchos los discriminados aquí y allá. Nunca se hizo un ajiaco con una sola vianda ni con una sola carne. Los racistas de cualquier bando deberían pensar que para llamarse cubanos tienen, ante todo, que deponer esos prejuicios. Con la cazuela abierta: ése es el único modo de ser cubanos.

Saint Louis, MO 1989 – Texas, siempre en Texas, abril y mayo de 2016

[i] Ofrecí esta ponencia en 1989 en el Kean University, Union City, New Jesery, invitado por las personas mencionadas en este párrafo y en la ocasión señalada. Las referencias al contexto histórico-político tienen como marco de referencia ese período, aunque en el presente (2016) muchas de ellas conservan actualidad.

[ii] Fernando Ortiz. “Los factores humanos de la cubanidad”. Órbita de Fernando Ortiz. Selección y prólogo de Julio Le Riverend. La Habana: Ediciones Unión. Colección Órbita, 1973: 149-157. Originalmente publicada en Revista Bimestre Cubana. No. 2 Vol. XLV, La Habana, marzo-abril 1940: 161-186.

[iii] Fecha proporcionada por Julio Le Riverend (48).

[iv] Datos tomados de Naciones Unidas. Consejo Económico y Social. Estudio del Informe de la misión realizada en Cuba de acuerdo con la decisión 1988/106 de la Comisión de Derechos Humanos. Original Español. 21 de febrero de 1989. 380 Pp. Salvo lo contrario, los criterios de Barnet, Fornet y Prieto proceden de esta fuente.

[v] En los Estatutos del PCC de 1991, inciso J se lee: “Enfrentar resueltamente los prejuicios y conductas discriminatorias por color de la piel, género, creencias religiosas, orientación sexual, origen territorial y otros que son contrarios a la Constitución y las leyes, atentan contra la unidad nacional y limitan el ejercicio de los derechos de las personas” (http://www.pcc.cu/pdf/documentos/estatutos/estatutos6c.pdf).

[vi] Diario Las Américas. Domingo 29 de julio de 1990: 4-A.

Publicado en Abel E. Prieto, Ambrosio Fornet, Cazuela y Ajiaco, Cubanidad, Derechos Humanos en Cuba, Fernando Ortiz, Ileana Fuentes, Jaime Ortega Alamino, Cardenal, Miguel Barnet, Orlando Edreira, Partido Comunista de Cuba, Uncategorized | Deja un comentario

Simpatía por el diablo

 

Jorge Posada Galigarcía

En el verano de 1969 yo tenía veintidós años, estudiaba francés en la escuela de idiomas Abraham Lincoln, trabajaba en un taller de enrollados de motores y tenía una discreta melena que no me llegaba a los hombros. Hacía tiempo que el régimen castrista había desatado su persecución contra los peludos, los “decadentes rezagos del capitalismo” y cualquier expresión de libertad individual. A pesar de no tener el pelo muy largo, las pulgadas de más provocaban que fuera mal visto en el trabajo, en la escuela y en la calle. Sólo a mi familia parecía no molestarle, sobre todo a mi madre: “Me encanta cómo te queda. No te peles”, me decía dándome apoyo.

El autor en Cuba en 1970
El autor en Cuba en 1970

¿Qué piensan los artistas del discurso del presidente Barack Obama en La Habana?

Cuando aquello, las recogidas de melenudos en lugares estratégicos de La Habana estaban a la orden del día; se expulsaba sistemáticamente de la universidad a estudiantes por fabricadas acusaciones como “diversionismo ideológico“, “inmoralidad” o “desviaciones sexuales”, y cada vez era mayor la represión del aparato. Cualquier cosa se podía considerar un símbolo inadmisible de la sociedad de consumo.
En uno de sus prepotentes discursos, Fidel Castro la arremetió con ensañamiento contra los jóvenes: “Muchos de esos pepillos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes elvispreslianas, y han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre”.

Los Rolling Stones dicen “Hola Cuba” y prometen “histórico” concierto
Para el sistema, todo aquél al que le gustara usar pantalones muy estrechos y tuviera el pelo largo era un homosexual en potencia, un estrafalario al que había que desaparecer y un simpatizante del imperialismo. Y el rock and roll se convirtió en una de las manías del castrismo y sus jenízaros.

 

El frustrado saludo revolucionario de Castro y Obama

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Fidel Castro arremete contra los rockeros

Fragmento del discurso pronunciado por Fidel Castro en la escalinata de la Universidad de la Habana, el 13 de marzo de 1963, donde hace referencia a rockeros y homosexuales. Tomado del documental «Sexo, historias y cintas de video» (2007), del realizador
Ricardo Figueredo.

Aunque todos los grupos eran malditos, desde el principio las dos bandas más atacadas fueron los Beatles y los Rolling Stones. Eran demasiado irreverentes, demasiado escandalosos y tenían demasiadas greñas para ser aceptados por una dictadura a la que sólo le gustaba Carlos Puebla y vivía obsesionada con la disciplina, la obediencia y el pelado militar. No tardaron mucho en eliminarlos de populares programas de radio como Sorpresa musicaly Nocturno, y pobre del que la policía atrapara con algún disco vetado. Muchos peludos fueron pelados a la fuerza, pero antes les rompían el disco en plena calle. A las fiestas y reuniones se llevaba escondidos el Rubber Soul dentro de una carátula de Pello el Afrokán, el Beggars Banquet de los Rolling dentro de una colección de danzones de Barbarito Diez, y un long playingde Simon & Garfunkel, oculto dentro de uno de la Orquesta Aragón. La gente se turnaba para vigilar desde el balcón o de atrás de la puerta, por si la vieja chivata (siempre la chivata era una vieja) del comité de defensa denunciaba la velada y llamaba a la policía.

El roquero más viejo de Cuba no podrá ver a los Rolling Stones

Expresamente proscrito este tipo de música en radio, televisión y lugares públicos, y rodeados de miedo, delaciones y miseria, los muchachos se las arreglaron y encontraron otras vías para escuchar de forma clandestina las canciones.

El escritor y bloguero Roberto Madrigal salió de Cuba en 1980 por el Puente Marítimo del Mariel y vive en Cincinnati, Ohio, desde hace más de treinta años, donde trabaja como psicólogo especializado en trastornos del desarrollo. Testigo elocuente de aquella época, cuenta Madrigal: “Además de las estaciones de Miami que entraban con cierta facilidad como WQAM primero y WGBS luego, en viejos radios Zenith o Admiral oíamos mucho el programa Beaker Street de la emisora KAAY. Transmitía desde un lugar tan remoto como Little Rock, Arkansas, de diez de la noche hasta la madrugada. Allí entre otros, conocimos a Pink Floyd, Grateful Dead, Jefferson Airplane, los Doors, Jimi Hendrix y Janis Joplin. Éramos más conocedores de la llamada música del enemigo y disfrutábamos el añadido encanto que le daba la censura, ya que le daba importancia al considerarla peligrosa”.

Opositores consideran reunión con Obama como espaldarazo a su labor en Cuba

El sentimiento de inseguridad, tristeza e indefensión lo impregnaba todo; el aislamiento, la amargura y la incomunicación nos petrificaban y en ese mundo donde el futuro pertenecía por entero al socialismo, sobrevivíamos como podíamos.

Orlando Real, que salió de Cuba vía Ecuador, donde trabajó como maestro de francés, y ahora vive retirado en West Palm Beach, fue también testigo de los abusos, las injusticias y el acoso del que era objeto la población joven. “Una noche yo estaba en La Rampa y vi cómo unas conocidas actrices con largas tijeras le cortaban a un melenudo el pantalón estrecho que tenía puesto, a todas estas gritándole insultos de vago, niño bitongo y antisocial. Otro día, iba en una guagua y alguien que llevaba a la vista un disco culpable se buscó un problema tan grande con un teniente del ejército que antes de terminar el viaje lo bajó y se lo llevó preso. Nos quemaron nuestra juventud”.

 

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Preparativos en camino para el concierto de los Rolling Stones el viernes en Cuba

Dale Skjerseth, gerente de producción de los Rolling Stones, explica los preparativos para el concierto histórico en Cuba. Los Rolling Stones estaran en concierto el Viernes Santos en el complejo de Deportes de la Habana.
Al Diaz- adiaz@miamiherald.com
Fueron tiempos de atropellos violentos, de un feroz hostigamiento y depuraciones en todas partes; de llevarse a los aspirantes a hippies para los campamentos de trabajo forzado de la UMAP, las granjas de reeducación y las cárceles.

Discurso del presidente Obama al pueblo cubano (transcripción oficial)

Por su parte, el escritor Rafael Saumell, ex guionista de radio y televisión en Cuba, ex preso político, y en la actualidad profesor de Sam Houston State University, en Texas, dice: “La censura era férrea y los funcionarios controlaban rígidamente el vestuario. El peor de todos era un personaje tenebroso llamado Papito Serguera que años más tarde dijo cínicamente que nunca tomó ninguna decisión por su cuenta, que solamente cumplió las orientaciones de la alta dirigencia del país. En los programas musicales y las comedias de televisión no se permitía salir con pulóveres de rayas transversales, jeans, botines, camisas de colores psicodélicos, cinturones anchos con hebilla y mucho menos con el pelo largo. Nada más que se podía cantar en español. El pilón, el mozambique y el pacá, eran los ritmos más o menos oficiales. La música en inglés era satánica”.

Con cinco décadas de retraso y después de haber sido prohibidos por decreto gubernamental de la casta aún dominante, cantan por fin en La Habana los antes odiados Rolling Stones. Desde entonces la cúpula gobernante cubana no ha cambiado. Continúa siendo la misma enfermiza dictadura totalitaria, intolerante y opresora de siempre, mientras los veteranos Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ronnie Wood, integrantes de la banda de rock and roll más antigua y famosa del planeta, siguen enloqueciendo a multitudes en estadios repletos, vendiendo discos y fascinando a generaciones de todo el mundo.

Por suerte, Fidel Castro, su hermano Raúl y la camarilla que los acompañan desaparecerán algún día. En cambio, los viejos rockeros no morirán jamás.
Más de Trasfondo 

 

by Taboola

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